Las Bienaventuranzas
“Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo…” Mateo 5:1-2.
Las bienaventuranzas sirven de introducción al Sermón del Monte que Jesús pronunció frente a sus discípulos y a muchos de sus seguidores. El pasaje bíblico se encuentra en Mateo 5:3-12. Bienaventurado significa “muy privilegiado” o “dichoso”.
Jesús describió cómo debe ser el carácter de sus discípulos y cuál es la recompensa que ellos reciben o recibirán. Las Bienaventuranzas nos ayudan a comprender mejor las bendiciones que Dios tiene reservadas para nosotros y lo que significa ser seguidor de Jesús.
Los pobres en espíritu: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3).
Los primeros son los que reconocen su pobreza espiritual y que necesitan a Dios como Salvador. Ellos van con un corazón humilde ante la presencia de Dios para suplicar su misericordia y su perdón (Lucas 18:9-14). Es ahí donde comienza nuestro andar con Jesús: al reconocer que no somos salvos por nuestros propios méritos, sino por medio de él, por su gran misericordia y por su gracia.
El pobre en espíritu anhela reflejar el carácter de Jesús y que él sea glorificado en su vida. Vive en humildad, sometido al señorío de Cristo. Jesús, al comenzar su ministerio terrenal, predicó: «Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca». El pobre en espíritu responde a este mensaje con un arrepentimiento genuino ante el Señor.
Los que lloran: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4).
Este grupo está muy relacionado con el primero. Habla de los que se arrepienten y lloran profundamente por sus pecados, por la forma en que sus acciones han ofendido a Dios y han causado una brecha entre ellos y Dios. Una vez más, son personas que reconocen su necesidad de Jesús y claman ante él con corazón contrito. Pablo habla de este sentir cuando dice: «La tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación…» (2 Corintios 7:10).
Los humildes: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5:5).
La tercera bienaventuranza, influenciada por el Salmo 37:11 e Isaías 60:21, ensalza la virtud de la humildad. Jesús mismo fue amable, humilde y manso, y llamó a sus seguidores a imitarlo mientras se preparan para heredar el reino (Mateo 11:28-30; 25:34).
El de espíritu manso y humilde no reacciona impulsivamente ante las situaciones, sino que espera con paciencia la dirección de Dios para actuar de acuerdo con su voluntad. La persona humilde o mansa sabe que Dios tiene todo el control, confía en él y se aferra a él y a sus promesas.
Los que tienen hambre y sed de justicia: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6).
Cristo es nuestra justicia (Romanos 3:10, 24); la única manera en que podemos ser agradables a Dios es por medio de Jesucristo. La promesa para ellos es que serán saciados. Verán la manifestación de la justicia de Dios (Jeremías 23:6).
Los misericordiosos: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7).
El significado de misericordia es amor para los que están en miseria y un espíritu perdonador hacia el pecador. El corazón transformado por el amor y el perdón de Dios (Efesios 2:4) mostrará misericordia y compasión, se identificará con el dolor ajeno y se compadecerá. El que muestre compasión por los demás también recibirá compasión cuando la necesite. La misericordia no solo es un sentimiento, sino una acción.
Los de corazón limpio: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8).
Tener un corazón limpio es tener un corazón que se inclina hacia las cosas que agradan a Dios. Quien tiene un corazón limpio busca la santidad y no se deja contaminar por sentimientos o actitudes que entristecen a Dios. Es puro el corazón que pertenece única y exclusivamente a Dios, que no pone a nada ni a nadie más en el trono.
El corazón es lo que compone nuestra alma (mente, voluntad, emociones y conciencia) (Mateo 9:4). Jesús conoce lo que hay en nuestro corazón. La promesa es que los que han guardado su corazón le verán, y es lo que anhelamos, como lo dice el salmista en Salmos 27:4.
Los que trabajan por la paz: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9).
Un pacificador es aquel que no fomenta la violencia o conflictos, hace referencia a estar íntegro/completo. Es colaborar intencionalmente para que haya paz, porque esto forma parte de la misión que Dios nos ha encomendado. Se puede ser pacífico cuidando nuestras palabras (Santiago 3:5).
Los perseguidos por causa de la justicia: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (Mateo 5:10-12).
No te sorprendas si pasas persecución por causa de tu fe (Job 2:10), porque la muerte no es la derrota de un cristiano, es su victoria (Filipenses 1:21).
Vemos en 1 Pedro 4:12-14 que si vamos a padecer, que sea por Cristo. Dios no nos abandonará (Mateo 28:20). Prepara tu corazón para el día malo; lo preparas teniendo el fuego encendido en tu corazón por Dios, no enfríes tu amor por Dios y mantente armado (Efesios 6:13). No tengas temor.
Dios te bendiga,
Xenia de Fernández de parte del equipo de Escuela Avanzada