¿Alguna vez te ha acontecido que dices algo, e inmediatamente estás arrepentido por haber dicho esas palabras? El ambiente en el cuarto cambia, las personas se ponen serias o molestas, y la comunicación se bloquea. Las palabras equivocadas pronunciadas sin pensar en las consecuencias pueden echar a perder las relaciones, los negocios, y aún el ambiente espiritual dentro de una reunión de la iglesia.
Las palabras tienen la capacidad de crear cosas positivas y cosas negativas. Sabemos que Dios creó el universo y puso orden en la tierra por medio de las palabras. Vemos en las Escrituras que el hombre vive, no sólo de pan, sino de cada palabra que sale de la boca de Dios. En el Nuevo Testamento, vemos cómo Jesús habló una palabra en contra de una higuera y para el día siguiente, ya estaba muerta. ¡Las palabras definitivamente tienen poder!
La Biblia nos enseña que es difícil domar la lengua. Santiago explica que, aunque el ser humano ha podido domar a muchos animales salvajes, aún así, no puede domar su propia lengua. Con nuestra boca bendecimos a Dios, pero maldecimos a las personas hechas a imagen y semejanza de Dios. ¡Esto no debe ser así! (Santiago 3:7-10)
Como cristianos, ¿qué podemos hacer para controlar nuestra lengua? En primer lugar, entendamos que es necesario aprender a controlarla. Las palabras tienen un verdadero poder para edificar o para dañar. Segundo, reconozcamos que es algo que sólo el Espíritu Santo puede formar en nosotros; somos incapaces de domar nuestra lengua por nosotros mismos. Sólo podremos domar nuestra lengua cuando vivimos de acuerdo a la nueva naturaleza (2 Corintios 5:19). Domar la lengua es el resultado de un fruto del Espíritu que se llama el “dominio propio” obrando en nuestras vidas (Gálatas 5:23).
Además, podemos tomar algunas otras acciones muy prácticas:
- Tómate un momento antes de hablar: Antes de hablar, respira profundamente y piensa en lo que quieres decir. Esto puede ayudarte a evitar decir algo sin pensar y hacer daño.
- Conoce tus emociones: Trata de entender cómo te sientes. Si estás enojado o triste, tómate un momento para calmarte antes de hablar, o espera un rato antes de platicar sobre el asunto.
- Habla con “yo”: Cuando hables, intenta decir “yo” en vez de “tú”. Por ejemplo, en lugar de decir “tú siempre haces esto”, di “yo me siento mal cuando pasa esto”.
- Desarrolla algunos criterios que te ayudarán a saber cuándo hablar y cuándo callar. Si lo que vas a decir no cumple estos criterios, es mejor no decirlo. Antes de decir algo, pregúntate: ¿Es verdad? ¿Es de ayuda? ¿Es inspirador? ¿Es necesario decirlo? ¿Es amable?
- Ponte en el lugar de la otra persona: Intenta entender el punto de vista de la otra persona. Esto te ayudará a hablar con más eficacia y a evitar decir algo que pueda lastimarle.
- Pide perdón si es necesario: Si dices algo hiriente, pide perdón y acepta la responsabilidad. Esto puede ayudar a arreglar las cosas o evitar que empeoren.
¡Tú puedes vivir con una lengua “domada”! Sólo es cuestión de rendir todos tus miembros, incluyendo tu lengua, al Espíritu Santo, y siempre pensar antes de hablar. Dios está formando el carácter de Cristo en ti, y ¡tu lengua está bajo el señorío de Cristo Jesús!