La profecía es uno de los dones del Espíritu Santo en el cual todos podemos operar (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:4-11). Curiosamente, una vez que entramos al Nuevo Testamento, la palabra profética recibe una aplicación nueva a la del Antiguo Testamento. Mientras que en el Antiguo Testamento la palabra profética era usualmente usada para advertir sobre juicio o condenación, o incluso para traer juicio y condenación, en el Nuevo Testamento la palabra profética tiene una aplicación distinta. Bajo el Nuevo Pacto y la era de la gracia, la palabra profética es usada con el fin de restaurar, edificar, impulsar, impartir esperanza y vida, y apuntar a otros hacia el Padre.
Estudiando el Nuevo Testamento, podemos ver que el propósito de la profecía es:
Edificar, exhortar y consolar: En 1 Corintios 14:3, el apóstol Pablo describe el propósito de la profecía como edificar, exhortar y consolar a los creyentes. La profecía tiene el propósito de edificar a la iglesia, animar a las personas y proveerles consuelo y seguridad.
Dar revelación y entendimiento: La profecía implica recibir revelación y entendimiento de parte de Dios. A través de la profecía, Dios puede revelar Su voluntad, Sus planes, y proveer guía a Su pueblo.
Fortalecer y alentar: El don de profecía tiene el propósito de fortalecer y animar a los creyentes. En 1 Corintios 14:4, Pablo escribe que el que profetiza edifica a la iglesia. La profecía puede aportar claridad, dirección y confirmación a las personas y al cuerpo de Cristo.
La profecía es un don que Dios nos ha dado para edificarnos los unos a los otros y para edificar a la iglesia. Es importante notar que el uso de la profecía en el Nuevo Testamento está guiado por ciertos principios, como el amor, el orden y la edificación de la iglesia.
Siempre debemos usar el don del discernimiento junto con la profecía. 1 Tesalonicenses 5:19-22 nos aconseja a no despreciar las profecías, sino a ponerlas a prueba, aferrándonos a lo que es bueno y rechazando lo que es falso. Toda palabra profética debe estar de acuerdo con las enseñanzas de las Escrituras y con el carácter y la naturaleza de Dios.
Al crecer en este don y al utilizarlo en nuestras vidas diarias, recordemos que la meta es edificar, animar, y consolar. ¡Usemos el don de profecía para traer vida y esperanza dondequiera que vayamos!